¿Cómo traducir el VC?: El español en la encrucijada
Lo que aparenta ser sencillo, suele ser un desafío digno de admirarse. Así le pasa a nuestro idioma, donde un acrónimo de dos letras expone hoy sus debilidades y el mayor reto al que, en años por venir, ha de enfrentarse. Es, realmente, un problema de traducción. El de tomar un término ajeno como «VC» y traerlo al español. Al hacerlo, nos enfrentamos a los mismos problemas de todo ejercicio de interpretación. Adaptar palabras; regionalizarlas también. Pues, si algo quiero demostrar, en primera instancia, es que, al movernos de un idioma a otro, perdemos la esencia del inicio para adaptarla al destino. Aunque, en segunda instancia, quiero agregar, que aquella afirmación en que al traducir algo se “pierde”, es un grave error. Es cierto que, de la expresión original, mucho ha de desaparecer. Pero, en el destino, mucho puede agregarse en justificación. Las buenas traducciones no son las que toman literalmente palabras y las expresan en otro idioma. Son, en realidad, las ocasiones en que, conociendo a fondo la cultura de un lenguaje, puede adaptarse un término ajeno y evocar una sensación similar para sus hablantes. En el proceso de cambio se revelan las virtudes y los vicios de cada idioma; indudablemente, algo se aprenderá. Y, si alguna palabra así expresa los problemas del español, es el acrónimo VC o, si queremos expandirlo, el «Venture Capital».
Fue una introducción larga, y quizá pecando de poética, mas tiene algo de verdad. El término Venture Capital bien podría ser el enemigo número uno del español moderno. No porque nuestro idioma tenga miedo al capital o a los ingresos—la historia bien podría sugerir lo contrario—. Más bien, pasa que nuestros intentos vagos de hacer propio el término, demuestran nuestra distancia del mundo entero. Examinemos, para demostrarlo, el termino en cuestión. Usualmente, en las clases de finanzas o grupos de inversión, se traduce la expresión «Venture capital» como «Capital de riesgo», introduciendo una preposición y perdiendo el adjetivo. Es verdadera magia gramatical que hace tres palabras donde había solo dos. Pero la distancia lingüística, por su parte, es aún mayor. Los primeros traductores decidieron ignorar que riesgo en inglés es «risk», el cual falta en nuestra expresión. E inclusive que nosotros tenemos ya un adjetivo que pudimos haber usado para decir, en lugar de «Capital de riesgo», un «capital riesgoso».
Quiero ser cuidadoso, ahora que entro en críticas de la traducción. No es que los lingüistas hispanos sean malos en sus labores. Pasa, simple y sencillamente, que nuestro idioma quedó corto ante la presión. El VC—como he de referírmele hasta encontrar un suplente—, es un fenómeno moderno. También un fenómeno foráneo, iniciado en los mercados occidentales e importado, a su propio paso, a nuestras tierras hispanas. Nos hemos quedado sin palabras para describirlo y caemos, cruelmente, en las garras de un idioma que ve hacia el pasado para entender el futuro. Algo similar pasa con el término «startup», que en español la RAE ha sugerido usemos, en su lugar, «empresa emergente». Innecesario es decir que aquellos que apreciamos los dos idiomas veremos un error más grande que el de «VC» en esta sugerencia inocente. Ante un paso desenfrenado de innovación y desarrollo, el español se ha petrificado ante la impotencia. Eso, por fortuna, se puede remediar. Queda, entonces, esculcar profundamente en nuestra lengua por una solución al problema.
Supongo que lo primero será hablar del término como tal. Si hemos de encontrar una nueva expresión hemos de comprenderlo por lo menos. Para hacerlo, habrá que actuar como diccionario y dar definiciones para el acrónimo temido. A grandes rasgos, el VC es un tipo de inversión que se da en las etapas tempranas de una empresa. Es, de manera más abstracta, una forma reciente de capitalismo, donde el horizonte de inversión es largo y los prospectos de inversión son mayores. El propósito, como en toda inversión, sigue siendo crear valor adicional al que inicialmente se usó de contribución. Cambian dos cosas: el momento y los actores. Los VCs buscan invertir en empresas cuando los mercados públicos son ideas distantes—en sus primeros meses o años de vida—, a cambio de un porcentaje de la propiedad que generarán. Con el tiempo, venderán sus posesiones y generarán ganancias. Muchas de las empresas fracasarán; unas cuantas serán un éxito rotundo. De las últimas se solventa la inversión primera con proporciones placenteras para todas las partes involucradas. ¿Quién gana de todo esto? Primeramente, un grupo de inversionistas llamados Limited Partners (LPs en inglés, como si no faltaran acrónimos de más). Estos brindan el capital que ha de ser invertido. Sin embargo, fuera de dar dinero—y otros tantos detalles—los LPs se desvinculan de las inversiones como tal. El trabajo de encontrar empresas, apoyarlas y, eventualmente, conseguir ganancias, recae en la otra mitad de nuestra balanza: los General Partners (GPs, pues los acrónimos de dos letras son la norma). Ellos llevan el fondo día a día, haciendo las decisiones estratégicas para recibir beneficios junto con los míticos LPs, distantes de la ejecución—aunque los demás detalles serán tema futuro de estos ensayos—. Así, de forma muy sencilla, es como podemos hablar del VC que hoy vemos.
De inmediato, apreciamos lo que podría ser un destello de empatía con nuestros traductores primerizos. Hay algo de verdad en la expresión «Capital de riesgo», aún si está equivocada. Sí existe un riesgo grande en las inversiones del VC y sus inversionistas están al tanto de ello. Es más, ese riesgo viene tácito en el vocablo inglés «venture». Pero, el problema está en que esa misma palabra significa mucho más. Es vecina del término «aventura», con un aire de la palabra «proyecto». Sugiere que los inversionistas se encomiendan a un sendero desconocido con esperanza de triunfo y certeza de adversidad. Hay un romance a todo ello. En los libros sinfín sobre el tema, reluce siempre un aire de entusiasmo acompañado de una admiración propia de aquellos que en el VC participan. Todo ello se desvanece en nuestro ya conocido «capital de riesgo».
Podríamos solucionar fácilmente el problema con un término igual de simpático como el adjetivo «aventurero»; o, si queremos ser arcaicos, usar el tan cercano término «ventura». Pero lo primero es una vista muy romántica para el concepto, que ignora la parte riesgosa que teníamos en un principio. Lo segundo, me temo, nos haría sonar como un personaje de Lope de Vega y requeriría una explicación cada vez que se use el término. Ambas, a su vez, hacen poco por hablar al hispano que llevamos dentro.
Han habido otros intentos escasos de tomar la palabra y aventurarnos, con ella, a tierras más conocidas para el español. De ahí vienen que, en lugar de «capital de riesgo», se diga «capital emprendedor». A ello le tengo más afecto; el adjetivo refleja el deseo constante de innovación e, inclusive, coquetea con la incertidumbre de crear un proyecto. Mas, al hacerlo, el que invierta roba un adjetivo que pertenece a los que han sido invertidos. El trabajo del empresario es emprender; el del VC facilitar el emprendimiento.
Mejor sería si nos adaptamos al español y abandonamos la pretensión de lo preciso. Con ello, el VC se libraría de la presión de ser ajeno y podría pertenecernos con la creatividad hispana. Quizá, por ello, la mejor palabra es aquella que define nuestro idioma mejor que ninguna otra y que, si bien viene de hace siglos, tiene un significado que, aún si ignoramos la fuente de su origen, todos entendemos. En lugar de «Capital de riesgo», podemos hablar de «Capital quijotesco»; definirlo como aquel hidalgo que en la realidad veía fantasía y en cualquier locura, sabiendo sus riesgos, motivo de caballería. Pues para estar en este negocio, se requiere algo de Don Quijote para tener esperanza por tanto tiempo y la tenacidad de seguir a pesar de huesos rotos o dientes quebrados.
O quizá, lo único que queda darnos por vencidos y hacer del término un anglicismo. «Capital venturero», usando entonces algo que asimila un neologismo. Que las generaciones por venir sepan el significado y donde no había una palabra, ahora exista una.
La decisión del camino a seguir no es mía; es de nosotros. De todos los hablantes de este idioma compartido. Lo que sí he de decir es que el VC es nuestro reto con un mundo acelerado y un idioma que no ha logrado adaptarse. No podemos darnos por vencidos y dejar sin traducir este concepto. Tampoco podemos simplemente decir textualmente los bosquejos de su significado. Es mejor hacerlo propio, adaptarlo a nuestro idioma. En el proceso, el VC cambiará un poco; se librará del lugar del que viene para ser parte de nosotros. Al hacerlo, indudablemente, adquirirá un valor más importante. Y, en semanas por venir, usaré estos ensayos para demostrar, junto a Nido, que el VC, si bien es ajeno a nuestro idioma, puede nutrirse de él y dar nuevos frutos. La historia del VC puede vivir en los mitos tan profundos de nuestras tierras como la búsqueda de El Dorado o, a su vez, reflejar la dualidad que divide nuestras culturas. Con cada interacción—con cada ensayo—hemos de acercarnos a que este término, carente de traducción, se adapte al español. Pues una cosa es traducir el VC; lo que hará a nuestro idioma fuerte, será hacerlo propio.
¡Bienvenidos a El Nido!
Me llamo José Luis y soy EIR Entrepreneur Escritor in Residence en Nido Ventures y escritor principal de este substack. Estudié ciencias políticas y economía en Stanford donde, en tiempos libres, escribí ensayos para Excélsior, El Miami Herald y El Sol de México (además de dirigir Augurios y Pesares).
Hay tres cosas que amo en esta vida: América Latina, la escritura y aprender. Este substack es un intento de combinar las tres pasiones en torno a una pregunta fundamental. ¿Cómo puede entenderse el VC—quizá la forma de capital más innovadora de las últimas décadas—desde el punto de vista Latino Americano? Más que hacer contenido exclusivo de la región, quiero entender el tema desde otros ojos en esperas que, al hacerlo, se desbloquee su potencial de crecimiento. Hasta ahora, el VC ha sido un árbol extranjero plantado en tierras Latinas. Espero que, con estos ensayos, encontremos el abono para que de flores nunca antes esperadas.