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Esta semana traemos el primer perfil de una empresa en nuestro portafolio: Auba, que utiliza inteligencia artificial para predecir posibles errores en cadenas de suministrado y, al hacerlo, nos enseña a encontrar patrones en el desorden; música en el caos.
La versión en inglés de este ensayo se encuentra aquí.
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-José Luis
La historia de Auba se basa en una tensión fundamental. Parece mentira, pero es verdad. Hay cierta música en el ruido; un orden, sorprendente, que habita en el caos. No es fácil encontrarlo y, quizá, a nosotros como especie, nos sea imposible hacerlo a diario. Pero, aunque nos cueste, ahí está. Oculto, en lo cotidiano, el orden espera ser encontrado. Paseando por calles acaudaladas, habrá siempre el principio de una buena historia de amor. Las palabras de un político tienen indicios de cambios a venirse. Y, como pronto veremos, entre los mensajes de una empresa, habitan señales de mejoría junto a posibles alarmas de precaución. No podemos, a simple vista, encontrar a esos enamorados entre la multitud, descifrar, con certeza, el idioma abigarrado del político o detectar, en una empresa, todo posible error. Aunque a veces—y solo a veces—corremos con la suerte de distinguir las breves notas de una canción. En casos puntuales, hasta se puede crear partituras para entender las melodías del caos; hacer herramientas—como Auba—que nos den el poder para entender lo que yace escondido a simple vista.
Esta historia—la de Auba—es justamente la de esa última oración. Una sinfonía hecha empresa, solo que sus notas, en lugar de armónicas, son de confusión y sus acordes, más que sensatos, caen en lo inaudito.
Dejemos, un momento, la metáfora y vayamos, concretamente, a la historia. El primer ruido—el primer movimiento—vino de conversaciones por montón hace ya un par de años. En círculos cerrados comenzaba, como murmullo, a oírse de un acrónimo que podría cambiar al mundo. Diego Solorzano lo escuchó, fugazmente, en una prestación sobre el tema en la Ciudad de México. Era, entonces, CEO de Carrot, una startup que buscaba cambiar la forma en que los mexicanos se desplazaban por la ciudad, usando autos rentados que no necesitaban llaves para operar. Curioso sobre el tema, fue a la plática y aprendió, de ella, esas dos palabras que hoy van en boca de toda la sociedad: Inteligencia artificial (IA).
Con los días, ese murmullo se haría bullicio. En México todos hablaban del tema sin entender, concretamente, de que se trataba. Empresas como IBM ya traían su propio modelo al mercado, llamado Watson e, inclusive, llegó a presentárselo a Diego en Carrot para su posible uso. Pero, fuera de esos momentos escasos, seguía siendo un tema de conversación más en el naciente ecosistema emprendedor mexicano. Lo que perduraba, sobre todo, era la confusión marinada con un inmenso interés.
Seguiría acumulándose, incansable, el ruido de la inteligencia artificial hasta que, en 2017, Diego daría un giro sutil para entender el mensaje oculto por voces en todas parte. Ese año, se vendió Carrot formalmente y, queriendo dar sentido a las pláticas interminables de inteligencia artificial, se lanzaría a Stanford para estudiar una maestría relacionada con el tema. Ahí, por primera vez, entendería que ese interés creciente en por la inteligencia artificial realmente podría cambiar al mundo.
Lo que era, entonces, caos, comenzaba a formularse con sensatez. Tras Stanford, Diego se incorporó a Blend, una startup prometedora en el sector financiero, donde lideró la creación de productos en inteligencia artificial. Fueron años de aprendizaje, pero, también, de preparación para el siguiente paso; para entender, a un grado mayor, el ruido a su alrededor.
El segundo movimiento de este caos, como tantas veces en la música, es el del retroceso; un recuerdo que lleva a la acción. Tras años en Blend, Diego sabía que quería fundar algo propio y, con ello, dejar de escuchar sobre inteligencia artificial y ser parte activa en su creación. Lo que faltaba era la inspiración que yacía oculta en el ruido de su vida personal.
Creciendo en el norte de México, entre exportadores y productores, la infancia de Diego la pasó en camiones azucareros y pláticas de problemas fronterizos. Una semana, por un error de papeleo, se atrasaba la entrega de un pedido; a la otra, una protesta en algún puerto distante creaba el mismo problema. Aunque ahora, con herramientas más sofisticadas, se había logrado mejorar el proceso general de transporte, seguían los mismos riesgos de producción.
Hablando con empresarios y exportadores, se percató que había un mundo infinito de posibles errores en todo el proceso de transporte. Todo ello empeorado por el mar de bases de datos existentes en cada empresa y el hecho, sobre todo lo demás, que la moneda esencial para una exportadora son sus medios de comunicación. Cada una debe manejar decenas de correos o mensajes con todos sus proveedores, operadores de puerto y sus propios trabajadores. Si uno solo expresa algún detalle casual que podría retrasar el pedido, fácilmente podría perderse entre la marea de párrafos por leer en la bandeja de entrada de cualquier trabajador. Otra vez, el problema es encontrar, a mediados de montañas de caos, un sendero hacia la razón.
Así, finalmente, llega el tercer movimiento de la canción; el de la creación. Uniendo esos recuerdos escasos de exportadoras en el norte con sus años recientes en el mundo de inteligencia artificial, comenzaba a verse la tonada completa de esta melodía. Juntándose con Austin Poore, a quien conoció en Blend, fundaría Auba para resolver esos problemas tan distantes en su memoria, pero presentes, todavía, en la realidad de los exportadores. Poco después se uniría Francois Lavertu, a quien presentaron una versión temprana de la empresa como inversionista ángel y, quedando fascinada, se unió al proyecto.
En sí, la idea de Auba es hacer visible, a cada empresa exportadora, todas las posibles oportunidades de mejora. Se remonta a los problemas que observó Diego en esas entrevistas iniciales. De entre montañas de mensajes y millares de noticias, es imposible, para una sola persona, predecir con certeza cada lugar en el que podría haber un error. Pero, para una inteligencia artificial, entrenada específicamente para los problemas de dicha empresa, se vuelve la partitura para una sinfonía ideal.
El proceso es sencillo. La empresa da a Auba acceso a todos sus canales de comunicación y, en combinación con información de dominio público—noticias, datos del clima, reportes de seguridad—, pueden predecir, con gran veracidad, los lugares donde podrán enfrentarse a contratiempos y esbozar, entonces, si se pueden evitar. Pareciera un acto de magia, pero, ahora, es realidad. Cada empresa puede entender los posibles defectos en su cadena de suministro y, con ello, ahorrar cantidades inmensas de dinero gracias a la inteligencia artificial. Y no solo eso, cuenta con una interfaz a la cual se pueden preguntar cualquier detalle del proceso.
Al final, esta es solo la historia de cómo encontrar las notas iniciales de Auba en la vida de su fundador, las tendencias de un ecosistema y los errores del sector exportador. Pero, al hacerlo, nos deja con una máquina capaz de dar razón a lo que antes carecía de ellas. Si hay que ponerlo, de manera concreta, es este el principio de un orden magnífico para el caos general. Auba logra, con su plataforma, encontrar para cada empresa, la música que yace dentro del ruido incontrolable. Solo queda, para nosotros, descansar y escuchar su canción.
Desde el Nido,
Jose Luis