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Esta semana hablo de cómo inició mi cariño por el VC en un ensayo haciendo un paralelo que les prometo valdrá la pena.
La versión en inglés de este ensayo se encuentra aquí.
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-José Luis (@josesabau)
Siempre me han fascinado los griegos y, supongo, en parte, de ahí viene mi afecto por el VC. De lo segundo hablaré en breve. Mientras tanto, me enfoco en lo primero. Ese gusto, ahora veo, era algo predecible, en verdad; junto a los dinosaurios y el espacio, son las fijaciones propias de la niñez. Nunca desarrollé afinidad por las dos últimas, pero pequé mucho de grecófilo en mis primeros años. Bueno, de la historia en general—de México, Europa y lo poco que de Asia pude encontrar—. Pero, realmente, de entre todos, a los griegos siempre les tuve un cariño particular; como el que hoy tengo por estos ensayos del ConteNIDO. Me gustaba leer, de pequeño, las pocas revistas que encontraba del tema—muchas de ellas fantásticas y sin fundamentos; compradas en la fila del supermercado—; devoré, hasta destrozar su espina, una enciclopedia ilustrada sobre mitos helénicos que me regalaron en algún cumpleaños. A la fecha aún recuerdo algunas de sus fotos junto a los juegos en el recreo donde fingía ser Hércules y mis amigos eran Aquiles o Prometeo. ¡Miren a donde llegué! Mis recuerdos me sacan del tema…
Aunque, siendo sinceros, tampoco tengo mucho que agregar. Casi todo lo que entonces sabía de los griegos lo he ido olvidado—seguramente porque hay otros conocimientos que aquellos fueron reemplazando—. Me quedan muchos destellos del tema, por supuesto. De vez en cuando surgen, de entre la memoria de tiempos pasados, algunos recuerdos helénicos—Zeus raptando a Europa; Perseo cortando la cabeza de Medusa—; casi siempre, al cerrar los ojos, van acompañados con los dibujos de esa enciclopedia que hace tiempo perdí entre cajas y maletas. Siempre son útiles, mis recuerdos infantiles, que ayudan a entender mi condición presente. Una aproximación inicial. La mente, fuertemente, se remonta al confort de las primeras lecturas para explicar la complejidad posterior. El pasado ayuda al ahora; el ayer al hoy. Tanto el distante, de los griegos, como la infancia mía en que los leí. Y a ellos usé, en un momento, para entender al VC.
No es algo voluntario; si lo fuera, perdería su encanto. Son solo mis recuerdos que querían ayudarme en aquel momento como tantos escritores, hasta el cansancio, usaron a los griegos para escribir algo moderno. Lo mío, temo, no fue tan intelectual—luego se haría, como pronto este ensayo lo hará—. En una de mis primeras pláticas con María y Caro, fundadoras de este fondo y amigas entrañables, la conexión llegó de inmediato. Una de esas chispas de la infancia que ayudan a comprender los enredos en que entramos. El VC era, a su manera, como el oráculo de los griegos.
Suena extraño, lo sé. Pero el paralelo me pareció tan claro en su momento que, desde entonces, vengo vendiendo a Nido la idea de este ensayo—y, finalmente, ha triunfado—. Verán, esto fue lo que aquella enciclopedia de antaño me dijo del mundo financiero. El VC, como disciplina, se aferra al futuro; están profundamente conectados. Así como las sacerdotisas del oráculo guiaban a reyes y héroes de antaño. Para ambos, el futuro es parte de su definición. Tomando capital ahora, y usando procesos de información concretos, los VCs toman los pocos datos que ofrece el presente para tratar de entender resultados futuros. El objetivo es tomar una decisión concreta que obtenga retornos astronómicos. Por su parte, las sacerdotisas del oráculo hablan con sus dioses para discernir, en el caos del presente, los venires del futuro.
No son tan diferentes entre sí. Ambos giran alrededor de nuestra obsesión ante lo incierto del futuro. Eso, quiero creer, es lo que me decían mis recuerdos de antaño. El VC, con herramientas modernas, hace lo mismo que el oráculo. Ambos tratan de predecir el mañana para sacarle provecho. Los unos, más que nada, para asesorar en guerras y aventuras. Los otros, desde el presente, para regresar grandes ingresos a sus LPs y accionistas. Ambos queriendo los mejores resultados en un universo caótico.
Inclusive, ante la reflexión, creo que ese recuerdo primerizo tendría algo más que enseñar. Los oráculos no eran solo predictores; eran asesores. A un rey ateniense preocupado, le daban consejos sobre cómo mantenerse en el poder. A un guerrero envalentonado, decían los riesgos que había de enfrentar. No veo tanta diferencia con el papel de mentor del VC con sus emprendedores. Al menos con el que Caro y María me presentaron, desde un principio, como crucial a los valores de Nido. En un mundo donde existen tantas alternativas de capital, el VC ideal dará también apoyos por demás. Dará consejos, cautela. No solo ven el futuro; hacen lo posible por advertir a otros. Ambos son guías ante la incertidumbre del mañana.
Y, para cerrar, supongo que el mayor valor de esta metáfora está en los mitos entretejidos con la realidad. Esto, confieso, sí es algo más intelectual que, de forma alguna, vino con mi recuerdo inicial. Pero eso no quita su valor. Los griegos, como hoy los recordamos, combinan una parte de historia con otra de ficción. Es ese el encanto que, de niños, solemos ver en ellos. Sabemos, con algo de certeza, que probablemente hubo una guerra en Troya donde cientos pelearon y otros tantos fallecieron. Desconocemos si Aquiles, hijo de un Dios, encabezó la batalla o si Odiseo, apoyado por Atenea, estaba ahí también. La realidad se combina con el mito; le agrega bastante emoción. Y ahí el encanto. Para enfrentarnos a enormes adversidades, a veces necesitamos de esos placeres de la ficción. El oráculo, al final del día, hablaba en este idioma de mitologías. Para inspirar a reyes, contaba cuentos de dioses y venganzas; amantes y deseos. En un mundo incierto, donde nada se puede predecir, se necesita una fe inmensa en aquello que no existe.
El VC coquetea con emociones similares. Para aventurarse al riesgo de crear una empresa, en sectores donde lo más probable es el colapso inmediato, se requiere una esperanza como la de los griegos en sus dioses. Se tienen que pintar promesas de triunfo; aventuras de gran retorno. Hay algo de ficción en estas historias—en las promesas tan grandes que se suelen hacer—. Pero son necesarias. Solo así podría lanzarse un soldado ante la inclemencia de la batalla; solo con eso puede convencerse de hacer inversiones de tanto riesgo. Hay algo de encantador en todo. Sales queriendo más, como los héroes siempre dejaban el Oráculo listos para sus aventuras.
Quizá, y solo quizá, fue ese el verdadero motivo por el que, hace ya varios meses, me vino el recuerdo del oráculo al hablar del VC. En ambos conceptos, veía el mismo entusiasmo de combinar mitos con realidad. Encontré la emoción que, infantilmente, atribuí a los griegos y hoy veo, se puede agregar a tantas cosas más.
De ahí, en resumen, es que viene mi afecto por el VC. Por su paralelo con el oráculo; por su habilidad de adentrarse en la ansiedad humana ante un futuro incierto. Y, sobre todo, por un sentimiento compartido al crear cosas grandes—tan grandes que afecten la misma realidad—.
Desde el Nido,
Jose Luis Sabau (@josesabau)