Nos hemos acercado, lentamente, a entender el VC usando las herramientas de otros: un concepto ajeno estudiado con palabras ajenas. Pero, si realmente queremos comprenderlo, tenemos que buscarlo en nuestra realidad. Para entender al VC, entonces, no basta con tener una guía clara, se necesita, a su vez, la perspectiva latinoamericana.
Todo esto tiene un origen sencillo; una realidad tan concreta que todos intuimos. Es fácil saber a dónde vamos si tenemos un mapa. No tiene que ser complejo el papel en nuestras manos o tener dibujos intrincados para lograr su cometido. En realidad, ni siquiera tiene que ser de papel; en la era moderna nos hemos acostumbrado a tener mapas al alcance de nuestros dedos. Un par de palabras, unas líneas bastan, para hacer que lo desconocido se vuelva familiar. Siguiendo instrucciones llegaremos al destino—la roja X que marca el tan deseado lugar—. Todo ello se puede hacer sin grandes explicaciones y amerita poca atención en realidad.
Lo interesante, entonces, es lo opuesto; lo que pasa cuando no hay mapa alguno. La tarea de encontrar, por vez primera, lo que nadie ha encontrado. Eso, creo yo, es lo que más importa: hacer los mapas que, después, otros seguirán. Para ello, claro está, se necesita ser cartógrafo intrépido en lugar de seguidor puntual. Un deseo profundo de ver lo nunca antes visto; de ayudar a la humanidad a entenderlo. Por algo nos gustan tanto las historias de viajeros y crónicas de aventura. Cualquiera puede seguir los pasos para llegar a un destino; se requiere algo de valor para ser el explorador inicial—o hacerse del título de inversionista—.
Pero este no es un ensayo de cartografía—de ella sé muy poco—. En realidad, lo que me interesa es el sentimiento detrás de ella; el de descubrir tierras incógnitas. Pues en él, ahora sostengo, yace la interpretación más común del concepto al que me enfrento: del elusivo espíritu que viene del VC. Al menos, esa es la metáfora más inmediata que viene del término, que poco a poco iremos mejorando usando los mitos de nuestras tierras.
En lo abstracto, bien podría decirse que el VC es una forma financiera de cartografía. Para que funcione, debe de andarse por sectores desconocidos con riesgos enormes, dejando guías para todos los que sigan. Se invierte en una trayectoria por recorrer, en lugar de caminos ya recorridos. Al menos, así lo dictan su propósitos que ahora hemos de repasar. Una vez se levanta un fondo con capital de Limited Partners (LPs), se deben buscar empresas que prometan crear valor pero, en ese momento, lo carecen. El propósito, después de todo, es invertir en las etapas tempranas de proyectos a cambio de equity (como se le refiere en estos círculos) que luego podrá hacerse en más capital. Entonces, cuando las empresas apenas van comenzando, es que la vocación de cartógrafos que tienen los VCs se puede apreciar. En esa búsqueda, las empresas se vuelven en lo equivalente a las costas de una istierrala desconocida. Bien puede que sea el principio de una inmensa península llena de riquezas incógnitas; aunque, también, podría ser una isla desolada con poco más que arena. Son empresas por crearse y, en un futuro, engendrar retornos. Pero, al menos como principio, el VC se aventura a encontrar empresas y, al hacerlo, valor. No por nada han caído en manos de esta metáfora tan útil. Es realmente cierto que los VCs buscan hacerse camino donde caminos no hay.
Me gusta, verdaderamente, la analogía con el descubrimiento. Pero temo que, en la apariencia inicial que tiene con el VC, hemos perdido otra parte suya que es esencial. Una que, como ahora quiero mostrar, requiere de América Latina para completarse. Para finalizar la metáfora, hemos de poner en otras tierras el concepto. Por eso, quiero pintar un mapa con colores locales. Pues, si el VC nos es ajeno en América Latina, es solo porque no lo hemos sabido buscar. Está presente en estas tierras; aún antes de que el concepto las llegara a tocar. Viene vivo en nuestros mitos de antaño y, usándolos, el mundo entero lo podrá entender.
Lo que pasa es sencillo. El VC, es cierto, invierte en empresas inciertas para conseguir retornos. Pero esta es una imagen muy diluida de dichos recursos financieros. No basta con invertir y conseguir retornos moderados. Para que el VC sea realmente rentable, debe tener descubrimientos astronómicos. Parte de ello emana del contrato inicial que los trajo al mundo—los reyes que comisionan el mapa—. Los LPs, al dar capital al fondo, se han comprometido a esperar varios años antes de ver beneficios. Al hacerlo, otorgan gran libertad a los que el VC administran, llamados General Partners (GPs). El propósito es sencillo; confían que, al hacerlo, sus partes cumplan con el cometido de exceder el retorno que de otras inversiones obtendrían. Que les entreguen no solo un sendero probado en forma de mapa; sino que, al final del camino indicado, se encuentre un jardín edénico.
Los mapas, entonces, no son suficientes. Para que el VC funcione, se necesita un mito latinoamericano. No se obsesionan, meramente, con costas desconocidas. Los VCs están buscando la inmensa promesa de El Dorado. Una ciudad perdida entre ramas amazónicos y partes recónditas de la mente; emanada del deseo de conquistadores por hacerse de riquezas en un nuevo continente. Edificios enteros hechos de oro; calles que brillan con joyas. Un sueño hecho realidad para el explorador; una idea endémica para donde hoy germina la inversión. Quieren empresas capaces de dar retornos inmensos y, al buscarlas, compran partes de estos sueños. Ésta se ha vuelto parte de la psique en el continente, donde generaciones de extranjeros buscaron, sin éxito, dicha urbe de antaño. Nunca la encontraron, pero no por ello dejaron de buscarla.
El VC, entonces, es similar a esos que añoraban El Dorado. No se cuenta con mapa alguno y, a su vez, lo que se desea encontrar es una idea descabellada. Quizá podría decirse, es inverosímil. No ha habido, en esta tierra, ciudad que estuviese plagada de oro, pero aun así la buscamos. De ese espíritu intrépido emana el VC—sería iluso quitarlo para solamente hablar de senderos predichos y mapas recién horneados—. Buscan empresas no solo tempranas; quieren que sean tan descabelladas que puedan generar ingresos gigantescos. Será algo romántico—toda metáfora es propicia al romance—, pero, para hallar negocios que puedan darles la posibilidad de riqueza inmensa, los VCs han de buscar tesoros inconmensurables aun si pensarlo sea descabellado. Esta es la misión de Nido, encontrar ciudades míticas que solo habitan en los sueños; ser las exploradoras que encuentren El Oro perdido.
Supongo, entonces, solo hay una diferencia entre el VC y el mito de El Dorado. Por generaciones, aventureros trataron de encontrar la ciudad perdida, pero nunca la encontraron. El VC, por su parte, ha descubierto varios lugares que hacen verdad el mito. Han hecho mapas de lo que era inaudito; se han enfrentado a la locura con sueños de éxito. No había de otra; debían lograrlo. De fallar, serían como tantos que se perdieron en las junglas de este continente. Pero, si queremos entender la mente de los inversionistas, hemos de remontarnos al fulgor en ojos ambiciosos en tiempos de antaño. Hemos de pensar en la esperanza de riquezas inconmensurables que forjaron—para bien y mal—el continente que habitamos. Inversiones de cien mil dólares que devolvieron millones; una moneda que se hace en mil. Tal vez parezca que el VC es un fenómeno extranjero, pero, en su apariencia ajena, yace una similitud con nuestro pasado. Pues, por más que se hable de mapas y destinos, el VC no puedo entenderlo sin hablar de nuestro Dorado.
¡Bienvenidos a El Nido!
Me llamo José Luis y soy EIR Entrepreneur Escritor in Residence en Nido Ventures y escritor principal de este substack. Estudié ciencias políticas y economía en Stanford donde, en tiempos libres, escribí ensayos para Excélsior, El Miami Herald y El Sol de México (además de dirigir Augurios y Pesares).
Hay tres cosas que amo en esta vida: América Latina, la escritura y aprender. Este substack es un intento de combinar las tres pasiones en torno a una pregunta fundamental. ¿Cómo puede entenderse el VC—quizá la forma de capital más innovadora de las últimas décadas—desde el punto de vista Latino Americano? Más que hacer contenido exclusivo de la región, quiero entender el tema desde otros ojos en esperas que, al hacerlo, se desbloquee su potencial de crecimiento. Hasta ahora, el VC ha sido un árbol extranjero plantado en tierras Latinas. Espero que, con estos ensayos, encontremos el abono para que de flores
nunca antes esperadas.